Las
crónicas que fueron contadas detalladamente en nuestros libros
Extremadura en el
corazón y Mi
Extremadura se despegan y toman vida propia en estos relatos, para
sumergirnos en esos mundos que son las raíces de nuestra cultura y nuestra
identidad. Continuando con la colección de relatos de
Ceborrincho, ahora nos
adentraremos en nuevas imágenes de esa realidad tan cercana y tan lejana a
la vez: la cultura rural, aquella vida que nuestros pueblos conocieron por
los años cincuenta o sesenta.
Página
tras página, nos encontraremos inmersos en aquellos mundos; entre las
carboneras que humeaban en los claros de los encinares, en la arriesgada y
dura vida de los contrabandistas, en los juegos infantiles, en los
sentires de los pastores en las majadas, en la vendimia... Comprenderemos
la preocupación por las sequías o las tormentas que arruinan las cosechas,
y la devoción de los campesinos impregnados de una religiosidad
heterodoxa. Conoceremos el huerto de nuestras fantasías con sus
pintorescos personajes, o asistiremos a la simbología del Carnaval
Hurdano... Acompañaremos a los pimienteros, a los pimentoneros, a los
artesanos, a los labradores, a los colonos...
Al
igual que nuestro libro anterior, la colección de relatos
Ceborrincho, estas
narraciones están escritas con sentimiento y humor, donde se muestra el
mundo, las costumbres y los saberes de antaño. Un mundo que representa la
memoria de nuestro pueblo.
Pertenecemos a una generación que conocimos esta forma de vida, cuando
éramos niños, y hemos visto como en poco tiempo se está olvidando todos
estos saberes populares. Por eso, hemos querido, a través de estos
relatos, poner en valor todo este acervo cultural, para evitar que pueda
caer en el olvido, porque sería como perder nuestra memoria colectiva,
nuestra propia identidad.
Hablando con las nuevas generaciones nos hemos dado cuenta que muchos
jóvenes sienten esa sed por llegar a conocer lo que son sus raíces; notan,
quizás, que se han quedado huérfanos de esa trasmisión de sabiduría rural
que fluía de padres a hijos. Queremos que, ahora de la mano de estos
relatos, puedan vivir esas experiencias junto a los personajes, de modo
que serán estos los que les transmitan y les hagan comprender esas
realidades de antaño, como si de una máquina del tiempo se tratara.
Son
relatos de la tierra, de la naturaleza, del entorno rural, escritos en
prosa poética, sin que por ello hayamos dejado atrás la dura realidad de
aquellos difíciles años que les tocó vivir y sufrir a tantas personas.
El
nombre de Mamaeña, que da título a esta colección de relatos, e incluso a
uno de los propios relatos, lo hemos tomado de la forma habitual que
tenían, en muchos pueblos de Extremadura, de llamar a las abuelas,
fundiendo la palabra mamá con su nombre de pila: Mamaeña (mamá Eugenia),
Mamabeliña (mamá Beliña) o Mamatoñi o Mamarrosa...
Este libro se compone
de una serie de relatos escritos con amor, sensibilidad, dulzura y gracia,
tal como nos los solían contar nuestras abuelas, nuestras mamaeñas;
utilizando sus mismas palabras, sus mismas expresiones. Por eso están
escritos en extremeño,
al
igual que lo hicimos con los relatos de Ceborrincho,
¿Cómo sino se podría reflejar más fielmente sus narraciones?
El extremeño es un
lenguaje dulce, sentido, profundo y expresivo, con una gran riqueza de
palabras que nos permite expresar mejor los sentimientos. Además, por su
proximidad al castellano, es de fácil comprensión para cualquiera que no
esté familiarizado con este habla, en cuanto lean algún relato. Así nos lo
han hecho saber muchos de nuestros lectores, agregando que además el
lenguaje les
permitía sumergirse en ese ambiente, sobre todo leyendo los relatos en voz
alta. Nuestro
lenguaje es otro paisaje, otro patrimonio que tenemos que saber valorar
para que no se pierda. Al final del libro se incluye un glosario de
términos.
Todo
este surtidor de palabras, estas expresiones, estas entonaciones surgieron
de forma natural del pensamiento y de la personalidad de los pobladores de
estas tierras, a la vez que, de manera recíproca, la propia lengua ha
conformado el pensamiento y el carácter de los extremeños. El acento
sincero, expresivo y musical de su habla proporciona esa otra dimensión a
los relatos.
Son
relatos para ser leídos en voz alta, para darse el gusto de hablar en
extremeño, en esa lengua dulce, rica, sentida y profunda que hemos
conocido y que no debe olvidarse.
El
nombre de Mamaeña es, además, una palabra evocadora, que ha formado parte
de los recuerdos de nuestra niñez. En efecto, así llamaban a su abuela
unas amigas nuestras, compañeras de aquellos juegos infantiles, allá en
nuestro Ceclavín natal. Sí, Mamaeña era Eugenia Amores, una vecina que
vivía por cima de nuestra casa, con cuyas nietas, sobre todo con Emiliani,
jugábamos.
Por
todo esto, los relatos se lo hemos querido dedicar a todas y a todos los
que, como Mamaeña, han sabido transmitir el amor y los saberes de su
tierra a las nuevas generaciones. Un nombre dulce que nos trae a la mente
los relatos al amor de la lumbre.
Las
escenas y realidades que aparecen en estas historias se nutren de la
fuente de nuestros recuerdos, de lo que hemos vivido y de lo que nos
contaban nuestro padre y nuestra tía-abuela María, personas que, como
Mamaeña, guardaban memoria de lo acontecido y poseían el don del relato
para estimular nuestra fantasía.
Aparte
de estas fuentes tan valiosas, donde hemos tenido la suerte de haber
bebido, y haberlas sabido conservar, para escribir estos relatos y
describir esos mundos con propiedad, hemos necesitado realizar muchas
investigaciones de campo: hablando con la gente, recorriendo pueblos,
buscando a personas que habían sido carboneros, antiguos contrabandistas,
pastores, arrieros, segadores... y hay que decir que, de todo el trabajo
que nos habíamos propuesto para la elaboración de estos relatos, esto ha
sido una de las cosas más bonitas, más interesantes, más emotivas; el
tratar recuperar todo ese mundo cuando todavía estábamos a tiempo.
De la
misma forma que la recopilación de cantares llevada a cabo por Fran, ha
provisto de una gracia indudable al texto. Cuantas verdades se esconden
tras una tonada.
Los
relatos se han fraguado y corren por distintos lugares de la geografía de
la Alta Extremadura, trayéndonos aires, paisajes, hablares y sentires del
Valle del Alagón, las tierras de Alcántara, las Vegas de Coria, La comarca
de Monfragüe, el Valle del Jerte, la Sierra de Gata, Las Hurdes, el Valle
del Ambroz y La Vera. Todavía tenemos el sabor en la boca de las sopas de
tomate, que merecieron ser protagonistas de un relato, aquellas que
preparó, en Serradilla, Elena Ropero en el día del Habla serradillana.
Los
relatos se acompañan con esas ilustraciones tan expresivas realizadas por
Ton. Son imágenes en sombras de
realidades que complementan la fantasía de la narración.
Con
este libro queremos hacer un homenaje a los saberes tradicionales y a las
personas que han vivido en este mundo tan unido a la naturaleza. Más de
ciento cincuenta dibujos de objetos, herramientas y utensilios
complementan la comprensión de aquellos modos de vivir y laborar. Nuestro
deseo es que con su lectura, a la vez que del propio deleite de una
narración, logremos esa puesta en valor de nuestras raíces, de nuestra
cultura extremeña.